Me he convertido en El Diario de la Mediana de Mujercitas, de la que nadie recuerda su nombre. Esto no debería ser un carrusel de sentimientos, pero a veces lo parece.
Retomemos el palo de escoba y el pañuelo anudado, aka hatillo. Revivamos Berlín, como si uno acabase de aterrizar en esta ciudad oscura por fuera, oscura por dentro.
Y que viva la oscuridad, cojones.
¿Qué hay de nuevo, viejo? Pongamos que los días pasados hubieran sucedido todos en uno. Sería un día brutal, como el de la Marmota. Aún así, no me arrepiento de que pase el tiempo, porque miro a mi alrededor y, meses después, sigo descubriendo cosas en esta ciudad, grande, pero finita, ostias.
Un día estás borracho, y horas después, el fin de año. Cualquiera podría hacerlo, pero ¿y si les digo que la borrachera se alargó hasta el día 3?
El 4, 5 y 6 no fueron mucho más sobrios.
Cerramos los ojos entonces, y vemos una fiesta de cumpleaños. Probablemente sea ya el día diez, u once.
Niñas de las que en España se quitan los babosos de encima, sueltas, en su salsa, sonrientes. Qué bello, pero llega la hora, se acaba la fiesta, vuelves a casa y ¿qué te encuentras? que caminas a -15, y los pasos que escuchas a tu lado, en el parque helado...son de un zorro. Oh, mein Gott! Y no tienes tiempo de pensar en ello, porque en casa (¿cómo no?), te espera gente con una cerveza fría, y algo de embutido de...digamos, Hungría. Excelentes morcillas choriceras las suyas, sí señor.
Todo a las 6 de la mañana. Hola-qué-tal-cómo-te-llamas, una y otra vez, y no me canso.
Y cuando crees que esta es, sin duda, la ciudad que más vida nocturna escondida tiene, algo te abofetea, y descubres que, además de la perdición, es posible que aquí resida tu salvación. Un posible trabajo, el gobierno Alemán, museos, domingos de cine, miradas cómplices, una casa minimalista con vinos de Gourmet.
Tienes tanto Yin para dejarte llevar como Yan para ser alguien de bien. Llevo ya seis meses aquí, y aún parezco un niño con juguetes nuevos.
Germanismo del día
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